UN NUEVO PUENTE

Aunque Facebook es una red de gran dinámica, para concretar un contacto hay que formar parte de ella en forma activa y no todos desean hacerlo. Un blog en cambio permite asomarse a él de inmediato, consultarlo y salir, sin ser parte de una especie de gran familia predeterminada. Por eso lo sumo a mi necesidad de comunicación, muy en especial para los oyentes de Plumas, bikinis y tango en Fm 92.7 (www.la2x4.gov.ar) que sale los domingos de 11 a 14 y mis espectadores fieles del ciclo Al cine con la UNLa que programo y presento cada jueves a las 19 en la Universidad Nacional de Lanús, 29 de setiembre 3901, Remedios de Escalada. A ellos y los demás, bienvenidos y gracias por cruzar este nuevo puente.

miércoles, 15 de septiembre de 2010

UNA VERDAD CON VARIAS CAPAS DE MAQUILLAJE

Desfile de extrañas figuras–que sigue su buena marcha en La Máscara los viernes a las 21.30- es un pantallazo muy sugestivo sobre una de las conductas más comunes: tapar, esconder la tierra debajo de la alfombra, pintar encima de la mancha de humedad, disimular la llaga con maquillaje. Los personajes están diseñados con deliberada ambigüedad en cuanto a su geografía de pertenencia, no son del todo reales, fugan del naturalismo, pero tampoco habitan de manera plena el territorio onírico. Esta condición flexible de sus criaturas es casi una constante en el teatro de Carlos Pais, un muy estimable autor argentino que nos dejó hace algo más de un año y que había ejercitado este dibujo en su mejor obra, El hombrecito. En esta pieza de tema dolorido y bastante amargo que fuga con fortuna hacia el humor, hay dos mujeres protagonistas, un hombre que irrumpe sobre el final y como una silueta difusa en el espejo, Carlos Gardel. El Zorzal es una presencia relativa, interviene cada tanto en la memoria ya lesionada de Violeta, le hace oír alguna de sus mejores canciones y nosotros lo vemos casi como un maniquí en el fondo del escenario, con el smoking, la brillantina y esa sonrisa extraordinaria de canchero ganador, esa sonrisa que significa, por sobre todo, éxito y autoestima, los dos valores que Violeta perdió para siempre. Ella es una actriz-cantante de difuso pasado que tal vez sólo consiguió en su carrera una fotito en Radiolandia, o quizás algo más, no importa, hoy nutre su infelicidad de cada día con el alimento de la célebre Norma Desmond de El ocaso de una vida: la negación de la realidad, la lucha empecinada por aferrarse a una mentira patética. Con todo, algo le ha conservado el destino: una víctima. Es Beba, mezcla de empleada y compañera, asistente y amiga, el frontón imprescindible donde estrellar los arrebatos que le genera su decadencia. Cuando todo parece consumirse en ese simple ritual cotidiano, llegará un hombre que le pega un volantazo a la historia.
La obra no sostiene siempre el mismo voltaje y es discutible el recurso imaginado para el cierre, pero sí tiene la chance de generar climas que la dirección de Norberto Gonzalo aprovecha y multiplica. Si Pais no fue demasiado piadoso en la pintura, Gonzalo tampoco lo es en la marcación de las dos actrices cuya misión –lograda- es mantener al espectador en un silencio de emoción contenida. Muy buena la composición de Marcela Fernández Señor en Violeta Echagüe, un papel que no permite demasiados términos medios, el texto la zambulle en el melodrama directo. Menos metida en esa coloratura fuerte está Liliana Lavalle en Beba, personaje a veces incómodo porque fluctúa entre la piedad y el desprecio, el afecto y el hartazgo, lo hace muy bien y sostiene con su compañera el equilibrio del espectáculo. Completa con intensidad el elenco Víctor Hugo Carrizo, el que deja entrar un golpe de luz de la calle en ese rincón sombrío. Como siempre, Angel Rico, aquí sin demasiadas responsabilidades, clona un Gardel de asombrosa semejanza. Ambientan bien esa casa de sueños muertos los escenógrafos Lucía Trebisacce y Carlos Bustamante.

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