Aunque una única obra parece muy poco, la incidencia de Alberto Ure en el teatro local es tan fuerte que ese aporte solitario adquiere otra significación. La familia argentina –que acaba de subir a escena en el Centro Cultural de la Cooperación- es un espejo cabal del universo impiadoso de este mítico director y formador de actores. Con todos los elementos que tanto usó en sus trabajos, especialmente la violencia profunda que subyace y salta de pronto como un chorro de lava pero también un humor vitriólico de alto nivel, Ure muestra una familia especialmente disfuncional para la “buena sociedad”. Carlos y Laura han sido hasta hace poco un matrimonio todavía joven de reconocible y respetable clase media, él psicoanalista, ella diseñadora, todo bien. Pero había una pieza que no encajaba en el dibujo, Gaby, la hija de ella, 21 vitales años, hace rato que quería acostarse con su padrastro. Y se convierten en amantes. Ya juntos, Laura irrumpe en el departamento que comparten y lo suyo es un verdadero vómito de acusaciones, insultos y amenazas. Carlos absorbe bien los golpes como un boxeador veterano, porque la pelea estaba programada. Pero cuando se incorpora Gaby todo se le vuelve menos manejable. La obra tiene alto voltaje y diálogos agudos, duración cauta y elementos básicos de indiscutible nobleza. Lo que ocurre es que los cambios en el magma escénico de Buenos Aires son muy veloces y el texto parece ahora un ¿Quien le teme a Virginia Woolf? fuera de calendario. Cualquier mujer se sentiría hoy como Laura, que duda cabe, pero estos conflictos ya no suben al escenario de esa manera porque nuevas dramaturgias los pasan por varios filtros y lo que suele quedar está más cerca de la parodia que del dolor. Algo de ese sedimento burlón se percibe en la situación de cierre.
La dirección de Cristina Banegas respeta el mundo Ure y obtiene excelentes trabajos de la pareja mayor. Luis Machín enriquece con muchos detalles valiosos el cinismo de Carlos, que adorna también con un estupendo dominio corporal. Claudia Cantero en Laura monopoliza con su estallido toda la primera parte y muta después hacia una especie de “bueh, ya se me pasó” que pega con efecto cómico en la platea: es la suya también una interesante interpretación. En cambio Carla Crespo no parece haber encontrado los acordes exactos de Gaby, personaje que hace un poco de ruido en el armado general como si girara en falso todavía. La ambientación y las luces responden a una prolija concepción de puesta.
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