Víctor Winer es un autor muy vinculado al teatro Cervantes donde habitualmente publica en el programa una introducción a la obra en cartel. Sus mejores títulos –ambos sometidos al talento del recordado Roberto Villanueva- son Postal de vuelo y Freno de mano, que nacieron de buenas ideas dramáticas. No es mala la de Ampelmann, su último estreno, pero funciona como un combustible flojo y escaso para que el avión pueda elevarse. El personaje clave regresa de Berlín donde según parece llevó sus utopías revolucionarias con resultados muy magros. Patético en su ingenuidad, aparece sin avisar y encuentra que su ex amigo que lo había traicionado con la patente de unos semáforos para ciegos es también la nueva pareja de su mujer. Un lindo perdedor arquetípico para el juego teatral, pensado tal vez para Cutuli, muy buen actor de cuño nacional que tiene máscara y estilo como para lucirse. Lo consigue a medias porque la pieza diluye pronto el atractivo que parecía prometer y se convierte en juguete cómico bastante pobre, por lo cual el intérprete siente que el personaje se desinfla y se le va de las manos. Con naipes de menor valor, los demás padecen el mismo efecto y el final llega rápido –mérito destacable- luego de una hora de humor discutible que la muy interesante directora Mónica Viñao no pudo pulir. Si a ella este espectáculo le aporta poco, lo mismo le sucede a Marcela Ferradás, actriz inteligente y con buen pulso para apuntar alto como lo demostró en Las primas o la voz de Yuna. Alfredo Castellani, Juan Ignacio Blanco y Nelly Sciancalepore –muy lanzada a la caricatura gruesa- son los otros integrantes del reparto.