Los secretos de la culminación del placer en las mujeres no sólo han permanecido bajo siete llaves por represión social, pruritos religiosos y –pecado masculino- desconocimientos anatómicos: también por cierta astucia ocultista que vuelve más misterioso e intenso ese placer. El escritor Federico Andahazi aprovechó muy bien el tema en El anatomista (escándalo incluido) dándole al clítoris un protagónico luminoso. Ahora la autora norteamericana Sarah Ruhl triunfó con la obra In the next room o con menos remilgos The vibrator play. Llenó salas y ganó premios de sobra merecidos. La pieza llegó a Buenos Aires de la mano de Helena Tritek quien adaptó el texto y lo dirigió, poniendo en marcha un espectáculo de calidad infrecuente. Con una ambientación estupenda del famoso Eugenio Zanetti que abarca escenografía y vestuario, ambos fieles y seductores, renacen los finales de aquél siglo XIX lleno de temores, zozobras y prohibiciones. El doctor Givings es un ginecólogo que primero descubre la histeria y luego las virtudes de la electricidad para combatirla. Con una máquina de su invención cuyo truco es un tubo vibrador que remata en puntas intercambiables, las señoras liberan “líquidos uterinos que deben bajar y eliminarse” según explícita disertación del médico y obtienen, claro, unos orgasmos memorables. Todo bien, prolijo y rentable hasta que Catalina, la esposa de Givings, oye los gemidos en el consultorio y empieza a sentir una cosquilleante curiosidad, ella no ve lo que sí ve el espectador. Para peor, una de las pacientes se ha vuelto adicta, tiene hora todos los días y le confiesa con detalles lo que pasa en el cuarto de al lado. Obvio, Catalina quiere probar el tratamiento ante el rechazo indignado de su marido. Antes del colorín colorado con final romántico, sabremos que la paciente Sabrina ha descubierto también que las manos de la asistente del médico dejan en humillante segundo puesto al vibrador.
Como se ve, el tema se las trae. Lo notable es que Sarah Ruhl construyó con él un perfecto vodevil a la francesa lleno de situaciones, entrecruzamientos y juego de puertas, tintineante, divertido y humanista.
Una gran comedia erótica y cómica a la vez, un andamiaje teatral de noble arquitectura. Helena Tritek la montó con mucha sabiduría y precisión dirigiendo a su elenco con idéntica destreza. La pareja central tiene muchas chances que son especialmente aprovechadas por Gloria Carrá, una comediante deliciosa, pícara e inocente al mismo tiempo que nos trajo imágenes de gigantes del género como Paulina Singerman. Luciano Cáceres, actor-director que conoce todos los rincones del arte teatral, edifica un científico rico en matices de humor que no desprecian la caricatura pero le atenúan el trazo. Excelente y nada fácil es el trabajo de Victoria Almeida, la “histérica” Sra. Daldry, ya que buena parte de la obra se apoya en su gracioso proceso de curación. El mismo mérito tiene lo que hace Gipsy Bonafina, muy justa en la tan empeñosa asistente Ana. Esteban Meloni –por momentos alejado de la sutileza que lucen los otros- y Erica Spósito completan El cuarto de al lado, una historia que sólo es de 1880 en la ficción. Tal vez muchas señoras de 2012 aún no han encontrado su doctor Givings.
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