Es un axioma del teatro que no hay obras viejas, hay obras envejecidas. El proceso de deterioro lo padecen todas o casi todas pero las que nacieron con la columna vertebral de una idea y con las articulaciones poderosas de las situaciones, sobreviven. Es el caso de "Jettatore" la famosa comedia inicial de Gregorio de Lafèrrere, el niño bien de la alta sociedad porteña de principios del siglo XX quien ante un desafío en el Círculo de Armas prometió escribir una comedia superior a las que veía en cartel. Vaya si cumplió. La obra -definida con aproximado acierto como un vodevil, el género francés tiene en realidad otra dinámica bastante más veloz- dibuja la farsa que los jóvenes de la casa preparan para evitar que Don Lucas consiga la mano de Lucía. Le cuelgan el pesado yugo del jettatore, el hombre fúlmine, el generador de todas las desgracias. Y les sale bien. Con justicia, en el programa de mano el director Agustín Alezzo recuerda al crítico Jaime Potenze quien ante una reposición señaló que en realidad lo que el autor quiso destacar es la discriminación social de esos estancieros ante un candidato sin alcurnia: es una lectura válida. Lo cierto es que Don Lucas resulta literalmente extirpado de esa casa y Lucía será de Carlos, el muchacho que la pretende. La puesta de Alezzo valoriza al milímetro cada situación, algunas de las cuales sorprenden por su lozanía después de 108 años, como cuando el jettatore es embarcado en un juego de adivinación. Todo funciona bien, todos se lucen en un elenco de muy buenos intérpretes que han sido movidos por un auténtico maestro. Pero hay que destacar el gran trabajo de Mario Alarcón en el protagonista, un capolavoro de aquellos que antes se disfrutaban con más frecuencia, está sencillamente magistral en un papel que requiere versatilidad y sobre todo manejo de la complicidad en los apartes al público. Lidia Catalano también aprovecha lo suyo a la manera de las viejas características de nuestra escena como Orfilia Rico o Leonor Rinaldi, mientras las hermanitas "Fi" en la vida real (María Figueras y Malena Figó) ponen la dosis de picardía
necesaria. Se luce por su seguridad y estilo Hernán Muñoa, mientras Aldo Barbero impone el aplomo con que compone a ese pater familias que no cree nada de lo que pasa, pero...
Fue una noche muy grata en el Cervantes y sólo es lícito extrañar en una obra de época mayor diversidad de escenografía y vestuario, eso hubiera agregado atractivo visual a los tramos en los cuales pese a sus méritos el siglo y pico del texto se hace notar.
Fue una noche muy grata en el Cervantes y sólo es lícito extrañar en una obra de época mayor diversidad de escenografía y vestuario, eso hubiera agregado atractivo visual a los tramos en los cuales pese a sus méritos el siglo y pico del texto se hace notar.
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