Incendios del libanés Wajdi Mouawad es un relato de profunda significación humana, también el arduo sendero de una búsqueda doble y angustiosa, asimismo es la cuña que la muerte de la madre clava entre dos hermanos y es un mapa de las guerras de religión, entre tantas otras cosas. Pero es en esencia un intrincado, engañoso y sorprendente rompecabezas oriental. La trama con sus misterios, sus escamoteos de datos y ese tan progresivo como sibilino andar hacia el desenlace remite como sistema dramático a un juego remoto de prestidigitación en una tienda del desierto. Janine y Simone Nawal conocen el testamento de su madre leído por su albacea, el escribano Lebel, y reciben al mismo tiempo dos cartas, una para cada uno: ella deberá buscar a su padre –lo suponían muerto- para dársela y lo mismo tendrá que hacer él con un hermano cuya existencia desconocían. Primera movida en el tablero. A partir de allí la partida emprende una marcha inexorable hacia casilleros que parecen remotos aunque no lo sean tanto y para alcanzarlos habrá que desenrollar el pergamino de la historia completa con muchos raccontos. La mujer muerta, Nawal, revive en flashes veloces pero claves para entender y tal vez adivinar qué pasó realmente en su vida convulsionada por el amor y la violencia. El autor, con paciencia y picardías muy árabes va dejando caer los velos hasta llegar a la inesperada y terrible verdad.
Mucho más apta para el cine (fue filmada) que para el teatro por la carencia de esa fluidez en el devenir escénico que siempre caracterizó a los dramaturgos más talentosos, Incendios se apoya en cambio en la abundancia de planos y tomas típicos de la pantalla lo cual exige una puesta que respete y valorice esta circunstancia. La encontró en la creatividad, el buen gusto y la exactitud de Sergio Renán para edificar un espectáculo global donde las actuaciones tienen como fondo cómplice grandes fotografías y videos, en tanto que el ámbito que las alberga es un estructura metálica multiuso con el clima que brinda un sabio manejo de música y sonido. El otro elemento –único indispensable para el teatro- son las interpretaciones que alcanzan un alto nivel en los papeles principales pero sin fallas en los de apoyatura. Ana María Picchio vuelve al desafío grande por una puerta igualmente grande y su Nawal es un trabajo de muchísimo compromiso que la encuentra en plena madurez artística, su duro monólogo ante el tribunal recibió un aplauso a escena abierta. Los hermanos se vuelven creíbles en Esmeralda Mitre y Mariano Torre, él instalado en la ira de Simón y ella en la intuición dolorida de Janine. Como siempre, Daniel Araoz se planta con peso propio y fuerte carisma en un personaje complicado y además odioso que le va perfecto. Lo mismo vale para Jorge D’Elía en el escribano, verdadero filtro para los residuos más tóxicos de la historia. Todos los demás aprovechan sus partes que son breves y es un gusto volver a disfrutar a la gran Marta Lubo, como también a un muy buen actor y veterano de tantas batallas como Héctor Da Rosa. Incendios es un esfuerzo múltiple por su complejidad técnica y argumental, es un espectáculo que va de menor a mayor, del discurso explicativo a la tensión y el horror. Pero culmina con una solidez que tiene el inconfundible sello Renán.
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