LADRONES ERAN LOS DE ANTES
Entre las mitologías que enriquecen el viejo Buenos Aires con sus
personajes y conductas extrañas
-inclusive poco creíbles a los ojos de hoy- figura la del buen ladrón.
Que no habrá merecido acaso el paraíso como aquel de la crucifixión, pero se
ganó en cambio un más modesto aunque merecido sitio entre los cultores de la
gauchada porteña.
Abundan las anécdotas- muchas apócrifas, como suele ocurrir- acerca de
chorros aficionados y profesionales capaces de evaluar un estado de necesidad
o un renuncio del corazón. Tal vez
porque eran tiempos duros pero menos despiadados, los que se emboscaban en las
calles oscuras cachiporra en mano podían llegar a oír razones y los que
depredaban es despachos oficiales dejaban algo ( a veces mucho) en meritorias
obras públicas. Pero vamos a ocuparnos de los primeros, más pintorescos y
bastante menos despreciables. Buena parte de mi infancia se nutrió de
historias que rescataban la hidalguía de
cierta delincuencia marginal. Las que recuerdo con mas ternura son aquellas
protagonizadas por José González Castillo, notable escritor y compositor que
dejó obras teatrales y tangos inolvidables, pero también un hijo que ostentó el
rango de enorme poeta popular, Cátulo Castillo. Allá por la década del 10 y
parte de la del 20, Don José, rechoncho , cuello de toro, papada
insolente, anteojos redondos y profunda fé anarquista, paraba en algunos cafés de Villa Crespo. Esos reductos cobijaban a escritores y
artistas, pero también a una fauna variada de ladrones diplomados en distintas
especialidades del mester: "escruche", "punga",
"furca" y vaya uno a saber cuantas otras sabidurías. Era una rutina que en la alta madrugada, se
hiciera el inventario del botín para el reparto equitativo. González Castillo
gozaba entre esa gente de enorme predicamento y respeto. Y muchas veces,
plantando su sólida humanidad junto a la
mesa donde se apilaban billeteras, alhajas y relojes, decía: "Muchachos,
alrededor de las cinco de la tarde en el tranvía 4 le hicieron el
"bobo" a un gran amigo mío: es un Longines de doble tapa y cadena con
las iniciales R.F." Y sin más, tendía la mano en gesto de mudo y
perentorio reclamo. Si el "bobo" estaba en ese lote, era devuelto de
inmediato con un " perdone Don José, aquí lo tiene." Varios
afortunados recuperaron así sus pertenencias que se habían esfumado en los
dedos hábiles de aquellos truhanes.
En ocasiones, estos códigos eran
aplicados por la víctima. El gran periodista ( y para mí, entrañable maestro)
Edmundo Gilbourg, vivió una experiencia curiosa. Regresando una noche que ya se
tornaba día a su casa del barrio del Abasto, fue "apretado" en
Corrientes y Gallo por tres asaltantes. De pronto uno de ellos, a la luz del
fósforo con que había encendido un cigarrillo, lo mira fijo y se resigna:"
Hay que tener mala suerte para querer hacer de furca a un tipo que escribe en los diarios y que
seguramente andará peor que nosotros. Váyase a dormir amigo." Pucho
Gilbourg se asombra y pregunta:
-?De dónde me conoce? -
-De la timba del viejo Constanzo-
replica el chorro- Justamente venimos de allí y se dió en el monte un juego
endiablado que nos dejo en la palmera. Y hay que rebuscárselas, aunque sea para
no volver a pie a Parque Patricios.
Gilbourg simpatiza con estos "ratas" que lo han reconocido y
propone: " Mire, compañero, sólo tengo encima doce pesos. ?Por qué no
vuelven y buscan desquite?". Luego de un momento de duda, los tres
aceptan, embolsan los billetes y parten a dar vuelta la suerte.
Unos veinte días después ( o mejor veinte noches), Gilbourg encuentra de
nuevo al beneficiario, quien le pone 15 pesos en la mano mientras le explica:
" Se nos dió, ganamos casi cincuenta.
Le devuelvo lo suyo, con tres de beneficio." Y se fué.
"Pucho" jamas volvió a verlo.
El tercer caso - como para
demostrar que en tiempos no tan remotos pueden encontrarse ladrones de buena
pasta- tiene que ver conmigo. Hace años caminaba por Corrientes y Florida con
un ataché tipo sobre, bajo el brazo. Alguien pegó el tirón y se lo llevó,
perdiéndose de inmediato entre la gente. Por suerte ni el dinero ni los
documentos estaban allí, pero habían unos papeles importantes, una foto mía con
un entrevistado, un regalo que acababa de comprar y también algunas tarjetas
personales. Dos días mas tarde, el sobre con su contenido intacto, incluyendo
el regalito. fue entregado en la portería de mi edificio. Habían agregado esta
notita escrita a mano que, por desgracia, no conservo: " Lo reconocí por la foto y veo siempre su programa del canal 7, a
ver si pasan alguna de Isabel Sarli, por
lo menos." El " por lo
menos" era peyorativo. Pero la devolución, meritoria. El arrebatador fué
complacido con un ciclo completo de Isabel, incluyendo a ella en persona. Como en el caso remoto de
Guibourg, quedamos a mano.-
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