UN NUEVO PUENTE

Aunque Facebook es una red de gran dinámica, para concretar un contacto hay que formar parte de ella en forma activa y no todos desean hacerlo. Un blog en cambio permite asomarse a él de inmediato, consultarlo y salir, sin ser parte de una especie de gran familia predeterminada. Por eso lo sumo a mi necesidad de comunicación, muy en especial para los oyentes de Plumas, bikinis y tango en Fm 92.7 (www.la2x4.gov.ar) que sale los domingos de 11 a 14 y mis espectadores fieles del ciclo Al cine con la UNLa que programo y presento cada jueves a las 19 en la Universidad Nacional de Lanús, 29 de setiembre 3901, Remedios de Escalada. A ellos y los demás, bienvenidos y gracias por cruzar este nuevo puente.

domingo, 17 de octubre de 2010

VACCAREZZA: OJO, PINTURA FRESCA


Cada reposición de El conventillo de la Paloma resulta siempre una aventura teatral excitante. No sólo por ser la obra más popular y conocida de nuestro país –le saca apenas un pescuezo a la comedia familiar Así es la vida, de Malfatti y De Las Llanderas- sino porque es la nave insignia del sainete, género fundacional. Acaba de resucitar en el Cervantes con dirección de Santiago Doria, un director de mucha solvencia profesional que además estudió y practicó este ejercicio escénico en otras oportunidades. Su oficio se vuelca sin claudicaciones sobre una excelente escenografía corpórea de René Diviú que supo edificar el tan querible conventillo con escenario giratorio y todo. Y allí están, bien vestidos por Maribel Solá esos personajes sin edad, sin tiempo, sin desgaste, entronizados para siempre en nuestra cultura por el talento inoxidable de Alberto Vaccarezza. Estrenada en 1929, todavía divierte y nos hace disfrutar con los amores encendidos que despierta La Paloma en ese inquilinato (auténtica pajarera de trinos en cocoliche), la represalia tan audaz de las esposas humilladas que simulan compartir el amor del guapo noble, Villa Crespo, y la zozobra que provoca la llegada del guapo vil, Paseo de Julio. Con buen criterio, Doria acentuó la caricatura porque de arqueología se trata: un hallazgo las pelucas rotundas y el maquillaje pesado, como surgen de las viejas fotografías. Y con música de tango y la presencia de Juan Carlos Copes en el bailongo de cierre, la fiesta será completa. Seductora en lo visual, la puesta afrontó el desafío inevitable del sainete: nuestros intérpretes hace décadas que no lo cultivan y aquella gracia natural de los tipos extranjeros –en su tiempo cualquier actor los sacaba de taquito- se ha perdido. Sin embargo el elenco actúa en equipo, hace un esfuerzo por asimilar sus idiosincrasias de origen y no traiciona la esencia. Es cierto que a la gracia tan eficaz que pone Claudio García Satur en el delicioso italiano encargado se contrapone cierta excesiva seriedad del gallego que dibuja Arturo Bonín, y que la exacta pintura de la turca que brinda Rita Terranova no se replica en la española un tanto incómoda que sobrelleva Ingrid Pellicori, ni en la Doce Pesos de Irene Almus. No tienen fisuras los dos guapos, Villa Crespo en la creación de Horacio Peña y Paseo de Julio asumido con notable justeza por Néstor Sánchez. Zafa bien del compromiso Norberto Díaz en el turco Abrahan. Divertida y bien ejecutada, la machietta de Daniel Miglioranza en Seriola. También Ana María Cores, la Paloma, se banca el protagónico con dominio escénico, aunque tal vez en su afán –y el de la dirección- de eludir excesos, frena un floreo femenino más intenso que hubiera venido bien. Lo importante es que todos, sin olvidar a los músicos, exhumaron con calidad artística el conventillo más famoso de la inmigración, convertida por el sainete en una riquísima acuarela multicolor.

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