Consolidada hace mucho como nuestra gran actriz de teatro –aunque sin cerrar fronteras, lo demuestra cada tanto en cine o TV, basta recordar su creación en Mujeres asesinas- Cristina Banegas lleva siempre el desafío un poco más allá. Ahora con un falso refugio en la lectura (podría parecer más fácil) rescata un momento literario de James Joyce en Ulises y le pone carnadura al personaje de Molly Bloom. El texto, duro, áspero, escatológico y lleno de sarcasmo, extrae las vivencias profundas de una mujer joven, dibuja con bisturí todas esas imágenes que el pudor esconde, esas perplejidades y contradicciones que son patrimonio femenino exclusivo. Molly vomita con libertad cada sensación movilizada por el deseo sexual, describe con claridad pero sin la protección del discurso genitales y secreciones, menstruaciones y excitaciones. Sin discurso porque sus palabras destilan más bien obscenidades de peluquería, su opinión acerca del hombre y las prohibiciones hipócritas de la sociedad hay que descubrirlas entre un revoltijo de sábanas manchadas. Ante un texto de esta índole y con el cerrojo del libro en el atril, si bien el cuerpo se expresa, la que manda es la elocución, es decir la voz. Y allí es donde Banegas ha explorado hasta lo imposible con la guía de Carmen Baliero para conseguir una actuación estupenda donde lo dice todo de las maneras más diversas: asco, desprecio, furia, comprensión, lujuria, dudas y hasta pequeñas burlas de salón llegan a la platea con una gama muy rica de tonos y matices. Durante una hora exacta, la actriz toca distintos instrumentos para lograr lo que preanuncia en el programa de mano, un concierto. Conviene no perderse este recital que a veces es una caricatura y otras una autopsia.
UN NUEVO PUENTE
miércoles, 29 de febrero de 2012
viernes, 17 de febrero de 2012
TODOS FELICES EN EL LIVING
Se dió a conocer la segunda parte de la serie Comedor-Living-Jardín de la obra Todos felices que firma Alan Ayckbourn y que dirigió Oscar Martínez en La Plaza. No ví la primera. La segunda me pareció una comedia norteamericana típica, con bastante de las tan exitosas sitcom para televisión y con un historia decididamente antigua. Allá sobre fines de los sesenta una familia más bien disfuncional se reúne en la casona de los ancestros para un fin de semana que -se supone- tiene algo de velatorio anticipado porque la anciana matrona de la residencia no abandona el lecho. Tampoco se muestra, sólo se la menciona. En esos pocos días se tomarán algunas libertades y se permitirán exhibirse un poco por dentro, al fin de cuentas han salido de sus casas y el corcho puede dispararse. Son tres mujeres y tres hombres, todos de mediana edad, todos insatisfechos y con deseos de ser infieles sin abandonar ese círculo de afectos que palpitan bajo muchas capas de cinismo de salón. Lo que sucede divertirá con travesuras previsibles a un público poco exigente por medio de una puesta llena de trampas, golpes bajos y sobreactuaciones que al ser deliberadas pasan por estilo de actuación. La duración cauta -75 minutos- y los buenos trabajos son puntos a favor, ninguno desentona y más bien todos se lucen: Carlos Portaluppi (es imposible verlo en algo donde no imponga su solidez de actor), Muriel Santa Ana (excelente y con mucho papel), Carola Reyna (demasiados tics para su neurótica de libro), Juan Minujin (tiene carisma pero es curioso como consigue papeles de seductor, ya lo fue en el film Eva y Lola), Peto Menahem (le van perfecto los despistados y repite un poco el dibujo de su guionista de la película Juntos para siempre) y Silvina Bosco (sobra comediante para tan poca exigencia). Los elementos visuales y sonoros, impecables.Lo que no pega son las menciones locales -Quequén, Pinamar- en una pieza que no tiene ni el menor elemento argentino.