
Consolidada hace mucho como nuestra gran actriz de teatro –aunque sin cerrar fronteras, lo demuestra cada tanto en cine o TV, basta recordar su creación en Mujeres asesinas- Cristina Banegas lleva siempre el desafío un poco más allá. Ahora con un falso refugio en la lectura (podría parecer más fácil) rescata un momento literario de James Joyce en Ulises y le pone carnadura al personaje de Molly Bloom. El texto, duro, áspero, escatológico y lleno de sarcasmo, extrae las vivencias profundas de una mujer joven, dibuja con bisturí todas esas imágenes que el pudor esconde, esas perplejidades y contradicciones que son patrimonio femenino exclusivo. Molly vomita con libertad cada sensación movilizada por el deseo sexual, describe con claridad pero sin la protección del discurso genitales y secreciones, menstruaciones y excitaciones. Sin discurso porque sus palabras destilan más bien obscenidades de peluquería, su opinión acerca del hombre y las prohibiciones hipócritas de la sociedad hay que descubrirlas entre un revoltijo de sábanas manchadas. Ante un texto de esta índole y con el cerrojo del libro en el atril, si bien el cuerpo se expresa, la que manda es la elocución, es decir la voz. Y allí es donde Banegas ha explorado hasta lo imposible con la guía de Carmen Baliero para conseguir una actuación estupenda donde lo dice todo de las maneras más diversas: asco, desprecio, furia, comprensión, lujuria, dudas y hasta pequeñas burlas de salón llegan a la platea con una gama muy rica de tonos y matices. Durante una hora exacta, la actriz toca distintos instrumentos para lograr lo que preanuncia en el programa de mano, un concierto. Conviene no perderse este recital que a veces es una caricatura y otras una autopsia.
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