En el Camarín de las Musas se estrenó un trabajo escénico titulado Pezones mariposa que tiene dirección de Bernardo Cappa y dramaturgia de Laura Nevole. El ámbito es el buffet bastante miserable de un club de barrio que también conoció tiempos algo más dignos, tiempos de fútbol, con un poquito de heroicidad y sobre todo, de machismo. Ahora la institución gotea miseria y sólo tiene un equipo de patinaje femenino. Ese bar estuvo siempre en manos de Cesáreo Ronconi, un marginal que en realidad sobrevive allí por la pieza que le dejan habitar, sujeto ruin y desagradable, vividor de quien se deje, bufarrón que somete a un pobre infeliz que quiere ser futbolista. Este es Lionel, vino del Chaco, ni él sabe cuál es su identidad sexual pero acepta ser “la esclava blanca” de Cesáreo y se aferra a la ilusión de ser contratado en Bolivia. El cuadro se completa con Ricardo, integrante de la nueva comisión directiva que aprieta al bufetero para hacerle blanquear sus deudas y sobre todo, obligarlo a irse para siempre. Durante una hora y cuarto estas tres caras de la misma pirámide mostrarán fragmentos de varias historias sórdidas que no llegan a culminar, capítulos truncos de una tristeza profunda donde solo la inocencia de Lionel queda como tributo al lado luminoso de la condición humana. La propuesta tiene poco asunto de base y las situaciones, muy ricas en el comienzo, tienden a repetir su discurso. Pero hay un clima interesante que surge del armado teatral, una atmósfera que se vale del viejo constumbrismo pero usando a la vez herramientas que son de dramaturgias más recientes. Y con astucias en el tejido del diálogo que permiten también bordar con el humor negro. Una vez más, los intérpretes se ponen esto al hombro y tiran para adelante con trabajos intensos y convincentes. Si Fernando de Rosa (Lionel) y Darío Levy (Ricardo) sacan lo mejor de sus papeles, lo de Lorenzo Quinteros en Cesáreo es sorprendente. Dueño total del espectáculo y sin duda a cargo de un protagónico rendidor, es tanta la vileza que sabe sacar de lo más hondo que su personaje crece muy por encima de lo que Pezones mariposa contiene en forma global. Su presencia es la razón de ser de este pantallazo pobretón donde uno parece mirar la vida detrás de un vidrio sucio.
UN NUEVO PUENTE
miércoles, 26 de enero de 2011
martes, 11 de enero de 2011
TOC TOC: LOCOS...PERO NO TANTO
El transtorno obsesivo compulsivo existe y afecta a muchísimas personas en distintos grados de incidencia, desde la manía inocente de efectuar el conteo de todo -el tiempo especialmente- hasta el antisocial síndrome de Touret que obliga a decir obscenidades mezcladas con frases convencionales. En el medio hay para elegir: obsesión de revisar mil veces si todo quedó bien cerrado antes de salir, compulsión de repetir la frase que hemos dicho, pánico hipocondríaco a las infecciones y hasta terror de pisar cualquier raya que decore el piso. El autor francés Laurent Baffie armó un mecanisimo teatral muy divertido con estos seis pacientes que coinciden en la consulta con un especialista. Con taducción de Juan Quintanilla, adaptación de Jorge Schussheim, dirección de Lia Jelín y producción conjunta argentina-mexicana, Toc Toc llegó a Buenos Aires luego de una exitosísima trayectoria internacional. El espectáculo tiene en el motor de su eficacia el freno de su limitación, no hay obra propiamente dicha si se piensa en un conflicto o una trama, lo que hay es una metralla de situaciones cómicas a cargo de los enfermos que primero se presentan y luego -ante la demora del médico- intentan ayudarse mutuamente a vencer el TOC que padecen. Como la manifestación del transtorno es grotesca de por sí, sobran chances escénicas para que esa sala de espera se convierta en un tablado de varieté. Lía Jelín sabe mucho de teatro y hace casi veinte años que estos juegos se volvieron sus preferidos. Con ingenio y mucha precisión, manejó un elenco notable que se prodiga para conseguir los dos efectos imprescindibles, el lucimiento personal y el vínculo con los demás. Mauricio Dayub "roba" bastante con su síndrome de Touret, abre el espectáculo con una catarata de insultos y lo cierra con un golpe sorpresivo del texto. María Fiorentino es la que revisa todo con angustia delirante, desde el bolso hasta la luz y el gas de su casa, pero además enriquece su manía -menos rendidora que las otras- con un misticismo barato de sacristía que le pone mucho sabor a todo lo que hace y reitera esa capacidad innata que tiene para capitalizar la más mínima chance del papel a su cargo. De gran peso es la actuación de Daniel Casablanca, el numerofílico, porque conduce la acción y brinda con justeza los pies para cada impacto de algún compañero. Melina Petriella trasmite un gran encanto en la muchachita frágil que no puede hablar sin repetir. Gimena Riestra, con poca letra, disfruta en cambio de esas veloces disparadas a lavarse las manos que tanto divierten al público. Diego Gentile es el que vive trepado a los estantes como un gato para no pisar las rayas del parquet y tiene dos o tres momentos clave. Jorgelina Vera, secretaria del doctor, apenas entra, pero se apoya en su caricatura para hacerse sentir. Una escenografía práctica y de buen gusto de Paula Sabina ambienta bien esta Toc Toc que ya obligó a agregar funciones. Y eso que recién empieza.
domingo, 9 de enero de 2011
Vuelo a Capistrano: dos maestros que saben tocar el corazón
El autor Carlos Gorostiza y el director Agustín Alezzo escribieron cada uno por su lado algunas de las páginas más brillantes de la escena nacional. Obras como El pan de la locura y El patio de atrás, puestas memorables como Las brujas de Salem y Danza de verano son apenas briznas de un corpus muy potente en la foja de ambos. Ahora, juntos, ejercitan lo mejor del oficio que tienen al servicio de una historia pequeña y modesta –con algo de ese pudor tan propio del mismo Gorostiza- donde tres personas comunes viven instancias decisivas. Pablo es un artista con sueños pero sin coraje que tal vez esté cronometrando el final de su vida luego de una cirugía fallida. Emilia es su compañera y segunda mujer, una maestra que no sin pánico se alista para una huelga. Susana, primera esposa de Pablo, irrumpe mal en la intimidad de la pareja porque también ella trae su angustia como una bomba de tiempo. Dentro de un esquema dramático previsible pero firme y tradicional, el autor muestra lo mucho que sabe al llevarnos con suavidad hacia un final de honda emoción luego de un comienzo que parecía vacilar por el abuso de la metáfora, aquí sintetizada en el vuelo migratorio de las golondrinas. El material se vuelve arcilla palpitante en manos de Alezzo, extraordinario director de actores, orfebre sabio de los climas sutiles y los tiempos exactos. Con él en el timón, Daniel Fanego no tiene dificultades en hacer crecer a su protagónico (es el pivote de todo el juego) hasta lo más alto de lo que permite el personaje, con momentos de gran solvencia interpretativa. Es una delicia volver a disfrutar a Emilia Mazer en la mujer del presente de Pablo, asumida con una calidez y entrega muy grandes que permiten adivinar el trabajo fino que luego surge como espontaneidad naturalista. La Mazer siempre fue, además de las virtudes innatas, una actriz inteligente. Es complicado el desafío para María Ibarreta porque desde la ficción se perjudica con el papel de mala y en el armado del espectáculo con el crujido de su intromisión: pero ella capitaliza muy bien ambas circunstancias poniendo densidad y vigor en lo suyo. Vuelo a Capistrano, con su aleteo de deja vu sesentista, revela también sobre qué raíces se tallan las nuevas dramaturgias del teatro argentino.