UN NUEVO PUENTE

Aunque Facebook es una red de gran dinámica, para concretar un contacto hay que formar parte de ella en forma activa y no todos desean hacerlo. Un blog en cambio permite asomarse a él de inmediato, consultarlo y salir, sin ser parte de una especie de gran familia predeterminada. Por eso lo sumo a mi necesidad de comunicación, muy en especial para los oyentes de Plumas, bikinis y tango en Fm 92.7 (www.la2x4.gov.ar) que sale los domingos de 11 a 14 y mis espectadores fieles del ciclo Al cine con la UNLa que programo y presento cada jueves a las 19 en la Universidad Nacional de Lanús, 29 de setiembre 3901, Remedios de Escalada. A ellos y los demás, bienvenidos y gracias por cruzar este nuevo puente.

sábado, 21 de julio de 2018

LA LUNA EN EL CAMARIN



LA LUNA EN EL CAMARÍN

     El título insinúa cierta poesía trasnochada que convoca imágenes imposibles.  Que se sepa, los camarines no tienen ventanas ni claraboyas abiertas al cielo. Más bien, oscuros agujeros de ventilación por donde se cuelan olores de fritanga y a veces, alguna rata perdida y condenada a dieta de teatro: la estopa de  sillones desvencijados,  el papel de libretos muertos.  Sin embargo, una noche de invierno de 1969 la luna bajó, luminosa y violada, a un camarín del Maipo. Porque el domingo 20 de julio de ese año, creo que entre función y función de las dos revistas en cartel  -BUENOS AIRES 2001 y ESCANDALO EN EL MAIPO,  que abría con un número musical titulado “Vamos a la luna”-  Jorge Porcel invitó a ver la caminata  de los astronautas en su reducto. Todos aceptamos de inmediato -me incluyo, porque yo era para entonces casi un integrante de la compañía-  y minutos antes del prodigio una pequeña multitud fue acomodándose como podía en el bulo del gordo, el tercero de la izquerda contando desde la escalera de ingreso que nacía en una  disimulada puerta espejo sobre el hall.  El anfitrión, claro, ocupaba casi el cincuenta por ciento del espacio, desparramado en su valeroso butacón verde botella.  A su alrededor se apretaban varios compañeros de trabajo : la primera vedette Hilda Mayo, Jorge Luz, Vicente Rubino, las figuritas Gladys Lorens y  Lizzi Lot, la española Maricarmen que trabajaba con muñecos pero sin los muñecos, que no hubieran cabido. De Los Cinco Latinos apenas pudo asomarse a ver la luna Ricardo Romero y de Los Diablos de la Danza, ninguno, porque también había algunas diablesas del coro.
        A medida que llegaba el momento de la emisión vía satélite, la concurrencia aumentaba. Cuando por fin la luna seca y polvorienta salió a escena, el camarín era lo más parecido al célebre camarote de los hermanos Marx, con la gente apilada conteniendo la respiración y la mirada fija en el Hitachi blanco y negro. El aparato, con la ayuda de más manos de las necesarias, movía sus antenas como un enorme insecto cibernético buscando la mejor imagen.
       De pronto, la pesada y silenciosa marcha de Armstrong nos hizo un nudo en la garganta. Dentro de su ropaje blanco y sofisticado, oculto su rostro por un casco hermético, recortando su silueta sobre un cielo negrísimo, parecía un buzo a quien el mar se le hubiera secado de golpe. Pronto se le unió Aldrin. Y enseguida, la charla radial con el presidente Nixon  culminaba un logro científico-técnico increíble, que seguían en vivo 500 millones de personas.
         En el camarín de Porcel, el silencio estupefacto duró poco. “!Qué contentos deben estar los rusos!” estalló el gordo en una especie de ratificación porteña y alcahueta de la guerra fría. Su exclamación fue festejada con carcajadas sonoras y de prolija obsecuencia, otorgando el permiso tácito para otros comentarios  de un ingenio al menos cuestionable. Aludiendo a las huellas del calzado de Armstrong, una corista que apretaba su muy buena cola en la infaltable medibacha de red, dijo con voz chillona: “?Serán las del andare fácile?” y celebró su salida con una risita nerviosa. “Se vienen tiempos groso, groso...” profetizó  con gravedad  Tito, el hermano y ayudante de Porcel.
       La realidad imperiosa se ratificó  con la irrupción de Mario, el bufetero. “!Ma qué luna, ni luna, una redonda de jamón y morrones!”  Y le tendió a Porcel una pizza grande, humeante y aceitosa. La llegada de la cena del capocómico marcó el desbande de los  teleespectadores. El gordo se acomodó las vértebras con un   crujido de cuello que era frecuente en él, dobló la pizza en dos convirtiéndola en un descomunal tostado mixto y comenzó a deglutirla con una Quilmes Cristal bien heladita.
     En la pantalla del televisor -y en la retina de Porcel, donde ahora se ponía en foco una aceituna verde- Armstrong y Aldrin habían desaparecido.-

martes, 3 de julio de 2018

HAMLET ES SIEMPRE UN BEST SELLER

HAMLET
Toda recreación de “Hamlet” genera mucho entusiasmo. Su trama condensa el retablo de pasiones que convulsionan, todas las cumbres y fosos de la condición humana. Brinda material a los estudios sobre el poder, el amor y las pulsiones ocultas que siglos después edificarán el psicoanálisis. Por eso esta nueva versión del traductor y director Patricio Orozco llena todas las funciones. Tiene dos méritos básicos: respeta hasta cierto punto la duración de la obra para que lo esencial no se mutile y se inscribe en la línea contemporánea despojada de todo academicismo y procurando rescatar la esencia popular que tuvieron estas piezas cuando se estrenaron para la gente común. Como conocedor que es, Orozco domina el material que maneja y se nota. A veces acierta y otras no, a veces sus actores le responden muy bien y otras no. Es ponderable la concepción general –la presencia del fantasma antes los centinelas aprovechando las estructuras superiores de la sala, la soltura en las entradas y salidas, el uso adecuado de un espacio escénico bastante mezquino y el manejo de las luces. Es en cambio payasesca la intervención de los cómicos que habrán de parodiar el crimen, esta escena clave funciona mejor si es casi muda porque pone más zozobra en el monarca asesino y usurpador, aquí está manejada como una murga napolitana llena de excesos que el mismo Hamlet –en tramo omitido- recomienda evitar. Por lo demás las situaciones esenciales se suceden con fluidez manteniendo el interés de la platea. Las actuaciones son desparejas. El mejor sin duda es Patricio Contreras en Polonio ya que sintoniza con sutileza y picardía el espíritu general de la puesta y usa bien los apartes al público, un trabajo inteligente. Alberto Ajaka en Hamlet tiene algunos momentos intensos que funcionan pero su locura simulada no fue controlada por la dirección y sufre desbordes notorios que impiden además por atropello de sus parlamentos que éstos lleguen nítidos al espectador. Aunque Antonio Grimau arma con buenos recursos exteriores el cinismo viscoso del rey Claudio, falta cierto compromiso interior con ese canalla esencial en su maldad (si se perdona la digresión, algo que congelaba la sangre en el que brindó hace mucho Héctor Bidonde). Superficial y ajena a todo lo que sucede llegó la reina Gertrudis de Leonor Benedetto y denota entrega emocional la Ofelia de Paloma Contreras, Sebastián Pajoni y Pablo Mariuzzi se ven creíbles en Laertes y Horacio. La ambientación es simple pero eficaz. Con una duración de dos horas cuarenta y cinco esta nueva resurrección del príncipe de Dinamarca tiene categoría, es respetuosa del texto y permite reencontrarse con el autor más grande de todos los tiempos. (Centro Cultural de la Cooperación, viernes y sábados a las 22.)